El sueño: un hábito necesario

Esta semana se ha celebrado el Día Mundial del Sueño. Para los niños, y también para los mayores, el sueño es un capítulo esencial en la vida a fin de poder descansar cuerpo y mente, así como permitir al cerebro reordenar toda la información que hayamos ido procesando a lo largo del día.

¿Cuándo deben dormir los niños?

En el caso de los más pequeños, todavía se hace más importante el dormir. De hecho, un recién nacido duerme un total de 16 horas diarias, en 6 – 8 episodios de sueño de 4 horas cada uno, con periodos intercalados de vigilia. Así, el recién nacido no respeta la noche, despertándose una o varias veces a lo largo de la misma.

Entre los 2 y los 4 años duermen por la noche unas 10 horas, más las dos siestas habituales. A partir de los tres años de edad va disminuyendo la “necesidad” de dormir durante el día, hasta prácticamente desaparecer antes de los seis años. De los 5 a los 10 años de edad, el sueño alcanza un grado de madurez suficiente como para permitir la comparación con el adulto.

Pasados los 7 años, no es habitual que el niño necesite dormir la siesta. Si ocurre, lo más probable es que por la noche duerma menos de lo que necesita o que padezca de algún problema durante el descanso nocturno. Y a partir de la adolescencia, el número de horas de sueño disminuirá hasta un promedio de 7 a 8 horas, que podría ser insuficiente ya que se produce un incremento de la somnolencia diurna, que ha llevado a pensar que las necesidades totales de sueño no disminuyan sino que aumenten durante la adolescencia.

¿Cuándo debemos sospechar un problema de sueño en un niño?

Las necesidades de sueño varían considerablemente. No hay un patrón de sueño homogéneo aunque si le cuesta regularmente conciliar el sueño o mantenerlo a lo largo de la noche o si se encuentra cansado y soñoliento durante el día, se debe sospechar la existencia de un problema de sueño o de los hábitos que conducen a éste.

Entre las causas más habituales están los malos hábitos (los niños necesitan de la rutina para desarrollarse, ya que ésta les ofrece seguridad), el estrés (Debido a horarios irregulares, sobre activación, problemas familiares, miedos infantiles o ansiedad de separación…), la realización de siestas largas por la tarde, la falta de seguridad (pueden llegar a tener miedo de la oscuridad o de criaturas imaginarias situadas en las esquinas oscuras del dormitorio), etc.