La importancia de la arquitectura en la educación de los niños

Los espacios y los tiempos educativos siempre han preocupado a los responsables de la educación, donde puede incidir en tres niveles.  En primer lugar, en la relación con el conocimiento. Por ejemplo, los aspectos físicos como la luz natural, la temperatura o el acceso al agua para hidratarse constantemente son claves para el aprendizaje.

En segundo lugar, como elemento de convivencia, lo que debe obligarnos a rediseñar los patios de las escuelas para favorecer los espacios de convivencia, a repensar los espacios de ocio para reconocer a los compañeros/as y evitar así las violencias o los bullings. Y, en tercer lugar, como contexto de aprendizaje dentro y fuera de la escuela. Aquí encontramos las denominadas arquitecturas invisibles, es decir, cuando la arquitectura concebida como tal desaparece y la educación, al mismo tiempo, va más allá del espacio físico de la escuela”.

Muchos arquitectos y urbanistas coinciden en que, si queremos  ciudadanos abiertos, creativos e imaginativos, hemos de crear espacios que propicien todos estos aprendizajes. De la misma forma que gran cantidad de pedagogos y expertos en educación sostiene que no siempre se puede aprender de la misma forma ni en el mismo entorno.

Parece ser que un edificio que permita situaciones distintas, que tenga espacios más íntimos, espacios intermedios y lugares grandes de encuentro abrirá posibilidades a los alumnos que podrían elegir qué espacio utilizar para cada ocasión dependiendo de la fase en que se encuentren.  Hablamos de edificios heterogéneos y versátiles que ayuden a fomentar la autonomía del alumnado, que aprende cuál es el entorno más adecuado para cada ocasión.

Existe una relación directa entre el espacio físico en el que los niños pequeños aprenden y la forma en que aprenden, cómo construyen su conocimiento y gestionan su conducta, pero también en la forma en que conectan con los demás, en cómo son sus relaciones y el modo en que pueden despertar el cerebro social.

El diseño del espacio, por tanto, puede favorecer ciertas formas de conducta. Por eso resulta llamativo cómo muchos colegios siguen un esquema mucho más parecido a una cárcel que a una oficina, por ejemplo. Las aulas ya no pueden ser cerradas para separar a los niños por edades, porque lo mejor para el cerebro es aprender a partir de un currículum integrado, en espacios abiertos, y en relación constante con otros, mediante proyectos que pongan el acento en lo social”.

 

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