Recientemente hemos conocido la noticia de que WhatsApp, la aplicación móvil de mensajería instantánea que prácticamente todos utilizamos hoy día en España, ha subido la edad mínima para utilizarlo desde los 13 a los 16 años. Un alivio para muchos de vosotros, preocupaos como soléis estar por estar el uso que vuestros hijos le dan a esta aplicación.
Sin embargo, según afirman los expertos y entendidos en la materia, no debemos engañarnos, ya que para acceder a esta aplicación simplemente necesitamos disponer de un dispositivo móvil, descargárnosla y aceptar las condiciones. No hay más barreras. Si a eso le añadimos que, por regla general, ni padres ni hijos suelen leer las condiciones de uso, sino que más bien se aceptan sin conocerlas para ahorrarnos tiempo, la conclusión es que poco, por no decir, nada, cambiará con esta decisión, que se quedará en una mera formalidad.
Si alguien se beneficia realmente de este límite legal es la propia compañía, ya que al establecer en sus condiciones el límite de edad, queda eximida de muchas de las responsabilidades legales, ya que la decisión última depende del usuario, quién acepta o rechaza de forma voluntaria las condiciones antes de poder acceder al servicio.
Tal y como sucede con las redes sociales, la responsabilidad última en el caso de los menores es de los padres, quién deben tratar de controlar o, al menos, educar a los niños y adolescentes sobre los características y riesgos que conllevan estas aplicaciones y otras, especialmente en cuanto a la vulneración de derechos con la protección de datos, el acceso a la intimidad u otros delitos no menos como el acoso o incluso la pederastia.
Tanto los menores como nosotros mismos vivimos convencidos de que al tratarse de conversaciones privadas o de grupos acotados, no hay que temer nada ni establecer ningún control. Nos sentimos falsamente protegidos tanto en la utilización de WhastApp como de redes sociales caso de Instagram o Facebook, cuando en realidad estamos descubriéndonos y volcando todos nuestros datos a la red. Esta sensación ficticia facilita que continuamente hagamos pantallazos, guardemos las conversaciones, volquemos imágenes de todo tipo…lo que acaba siendo de dominio público.
La clave es conseguir que los niños hagan un uso responsable del móvil, para lo cual debemos darles ejemplo, orientarles pero, al mismo tiempo, confiar en ellos. Por otra parte, hay padres y expertos para quienes lo más efectivo, sin duda, es retrasar la edad de entrega del móvil al niño, ya que de esta forma piensan que se evita el problema a edades más tempranas. La solución no es fácil, pero el problema y el riesgo existen.