Son muchas las familias que presionan a los hijos, especialmente en el ámbito académico. Y no son pocos los padres que desean grandes cosas para sus hijos. Pero entre desearlas y fijarlas como objetivo hay un trecho. ¿Somos, como padres, demasiado sobre exigentes?
Una gran cantidad de padres están plenamente convencidos de que sus hijos rendirán más si ellos son muy exigentes, si en lugar de felicitarles por lo ya conseguido remarcan lo que aún tienen pendiente. Sin embargo no hay que confundir la cultura del esfuerzo, la importancia del sacrificio y de la constancia con el éxito, ya que éste depende de múltiples factores, algunos de los cuales no dependen exclusivamente de nuestros hijos. De hecho, hay algunos componentes importantísimos que no podemos dejar de lado como son los propios límites cognitivos de los niños y niñas (no todos tienen la misma capacidad para las mismas cosas) así como los intereses, sentimientos y motivaciones que pueden tener en cada momento y en cada edad.
¿Qué ocurre cuando se pide demasiado? Todo depende de las capacidades, de los intereses y del carácter del niño. Los expertos sostienen que, siempre que se pueda y se quiera alcanzar metas elevadas hay que intentarlo, pues es posible que el niño adquiera un rendimiento óptimo y acabe desarrollando una personalidad exigente y perfeccionista, como la de sus progenitores. Pero, por el contrario, si los objetivos le resultan inalcanzables o no le gustan, se frustrará, se bloqueará o se rebelará. En todo caso, lo normal es que acabe siendo una persona insegura, dependiente, con baja autoestima, predispuesta a la ansiedad y con poca emotividad y espontaneidad. ¿Por qué?
De entrada, porque los padres exigentes con frecuencia aplican un estilo educativo autoritario, se muestran intransigentes y tratan de controlar todo lo que hacen sus hijos para que respondan a sus objetivos. Es necesario que adquieran criterio y no se conviertan en personas dependientes, para lo cual es necesario que esos valores que se le inculquen también los interioricen.
Tan importante es exigir como dar cariño y comprensión para que los niños combatan su fragilidad y miedo al fracaso. Hay que separarles de la ansiedad, el miedo y las fobias. Comunicarnos mucho con ellos, interesarnos por sus sensaciones y procurar que expresen emociones y preocupaciones. De esta manera adquirirán seguridad y superaran momentos delicados donde la baja autoestima se convierte en el peor de los enemigos, agravando cualquier situación compleja.