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Mentirosillos

Mentirosillos

La mentira, aunque tendamos a diferenciar algunas, piadosas, de otras más graves, es la pérdida de un valor necesario en nuestra sociedad. Es la pérdida de la honestidad, y el mejor momento para formarnos una idea completa de la honestidad es, no sorprende a nadie, siendo pequeños.

Un artículo de Bernabé Tierno y Antonio Escaja nos remite a las fórmulas que debemos utilizar, como padres, para hacer de la verdad un valor en nuestros hijos. Muchas veces la justificación de lo contrario, de la mentira, viene de la propia familia.

Orientaciones pedagógicas

1. Crear un clima que favorezca la verdad. Atacar de frente la mentira sin lograr antes esta condición es una empresa llamada al fracaso.

2. Analizar las causas de las mentiras, ya que pueden ser de muchos tipos. Habrá que comprender antes los motivos que impulsaron al niño a mentir, el sentido que para él tienen dichas «mentiras».

Las causas siempre han de verse desde el punto de vista del niño. Hay que señalar que la mentira es el arma ante una situación descontrolada, que no llega a buen puerto con los medios normales.

La situación emotiva predispone al niño a distintas formas de mentira: la mentira de repliegue del niño tímido, que se siente desamparado ante las exigencias del contacto social; la mentira agresiva del niño colérico, que, ciego de ira, no encuentra la respuesta adecuada al momento; la mentira del pusilánime, que trata de huir del peligro; la mentira «justiciera» o revanchista, que busca el desquite o la compensación de una inferioridad real o ficticia...

3. Liberarse de actitudes neuróticas. Muchas veces reaccionamos con ansiedad ante la simple posibilidad de la mentira: « ¿Habrá dicho o no la verdad?» Y cuando la mentira es descubierta, entonces se le acosa al niño, se multiplican las preguntas y los interrogatorios... y, haciendo gala de una gran desconfianza, ya no se le cree, aunque diga la verdad. Las amenazas tampoco ayudan.

El niño es el primer sorprendido por la magnitud del efecto producido, y así descubre el enorme poder de su mentira, que intentará ejercer de nuevo.

4. Eso sí, hay que responder a la mentira. La mentira es demasiado importante para tomarla a la ligera. Algunos adultos la acogen con indiferencia o aparentan no darse cuenta y tal actitud evita el choque frontal con el niño; pero no hay que olvidar que éste construye su juicio moral en conformidad con los juicios de los adultos. Una cosa es buena o mala según lo que oigan decir a éstos, así que es menester, pues, hacerle comprender que la mentira forma parte de las acciones reprobables.

5. No reírle las mentiras. No se puede admitir la mentira como «gracia o broma», reírse con ella o alabar abiertamente la ocurrencia, ingenio o astucia de la que el niño da muestras.

De nuevo, esto es un aliciente para el niño.

6. Evitar la complicidad. Hay adultos que estimulan la mentira del niño utilizándola para sus fines particulares. Incitan al niño a mentir con ellos o a mentir en su lugar; para lograr la colaboración del niño le chantajean afectivamente con promesas o amenazas. Por tanto, es un comportamiento nocivo que compromete de forma importante la formación moral.

7. Evitar la represión brutal. Una educación severa, que pretende corregir los más mínimos defectos, malogra la autoridad. Pedagógicamente es más efectivo limitar las normas y las exigencias a un número reducido, lo que permite mantenerlas con firmeza y asegurar su aceptación y cumplimiento.

8. Responsabilidad. Curar la mentira es más difícil que prevenirla. Cuando un niño se ha acostumbrado a mentir es porque han fallado las condiciones ambientales necesarias que previenen la mentira.

El niño acepta su mentira como un fallo, y el sentimiento de culpa que la acompaña puede superarse mediante la confesión de la propia culpa. Pero en vano esperaremos que el niño reconozca su conducta dolosa, si no le ofrecemos confianza y comprensión, o si cargamos las tintas con escenas espectaculares o dramáticas.

Conclusión

La mentira pone de manifiesto un fallo de la personalidad, una pendiente hacia el aislamiento y la desconfianza. Por tanto, luchar contra ella no es más que un alarde de buena voluntad, pero que está condenado al fracaso. Es necesario educar para la franqueza, la donación y la confianza mutuas, que es lo único que garantiza el equilibrio y la felicidad.


Tomado de "Saber Educar"

Fotografía: gdig